sábado, 26 de marzo de 2011

Chubasco.

Ofrezco, para ti,
la menor intención,
a esta hora,
de hacerte compañía, a contraluz.

Aguaceros II.

Son culpables, los ojos impares,
tuyos, de que se llenen,
los jarrones de poesía,
ilusionas las manos mías,
a contraluz…
dos por uno te canto,
las razones, que invento para quererte,
del cuello y de tus narices.
Amado descalzo camina en la avenida,
Sin maltratar al silencio.
Balbontín sobrevivió con honores a la explosión de Hiroshima, a una dosis de cianuro en las entrañas,
a los fusiles de los militares, a tres golpes de estado, a diversos derrumbes
y terremotos, sobrevivió con gracia a un accidente vascular, a dos atropellos, a ocho horas de
plática con Borges, a un enfrentamiento civil en la Argentina, a la silla eléctrica y también a
una bofetada del mísmisimo comandante en jefe del III Reich, sobrevivió a un atropello en
la calle Hobbs sin un rasguño, cayó por descuido del piso noveno del Wall Street Center,
naufragó en las costas de África oriental, sobrevivió a la picadura de trescientas cincuenta y
cinco avispas, a un virus informático, a un corte de suministros durante cuarenta y dos días,
a las selvas  amazónicas, a una burbuja de aire en la sangre, a una crisis nerviosa, a una
corriente de aire que le paralizó el cuello, y al monóxido de carbono, a las cámaras de gas,
a una estampida de desnudos, y a un incendio químico. Al ácido muriático, a la soda caústica,
al impacto de un meteorito, a la llamada solución final, al invierno ruso y al psicópata de Alto
Hospicio...
Por eso, no entiendo porque carajo ahora mira los semáforos antes de cruzar la calle. No
entiendo, no entiendo, no entiendo.