En una o dos tardes de lluvia,
se puede, entre otras cosas,
ir por la costanera,
pisar la arenilla,
ojear el mar,
y contentarse,
sentirse fluír en las calles,
interceptarse, de casualidad,
con el frío sudor
de las mañanas...
Está permitido,
extender las alas,
y sobrevolar,
la bruma de nostalgia,
que se hace vapor;
y ya entonces,
cuando no queda espacio
para la neblina,
uno también puede
hacer escala,
en algún arcoiris.
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